Aquella primera tarde en la casona
me sentí un nómada en mi propia vida.
Era una casa de indianos, antigua,
en un pueblo remoto entre las montañas. Me había recluido allí para escribir mi
próxima novela. Solo traje conmigo algo de ropa y el portátil. Todo lo demás era
alquilado.
Esa tarde de noviembre languidecía
entre las brumas y mi desconcierto. Sonó un timbrazo. Parada ante mi puerta se hallaba una chica atractiva que vendía una colección de clásicos de terror. No
fue difícil convencerme, pues creí que poseer aquellos libros paliaría la
desazón que me provocaba aquel lugar ajeno. Tras dejar una caja de cartón
precintada, marchó. Entonces, reparé en lo ilógico que resultaba un vendedor en
aquel paraje aislado. Salí a buscarla, pero en la calle solo había sombras
amenazantes. Era imposible desaparecer tan rápido.
Tomé un volumen: Vueltas de Tornillo por Leandro Sabignoso.
Ese es mi nombre. Se suponía que era el autor de una novela que nunca escribí.
Tomé otro y otro más. Todos ejemplares idénticos. El libro temblaba en mi mano.
La primera frase decía:
Aquella primera tarde en la casona me sentí un nómada en mi propia vida.
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